Mi hijo regalón, Bruno, despertó algo inquieto hoy. A medio día, mientras me sentaba a revisar mi correo, se subió a mi falda, se acomodó y no hubo caso de sacarlo de encima. Y no es un “perrito faldero”, eso lo pueden apostar, son alrededor de 30 y tantos kilos de carne y huesos.

Luego de un rato, con él en mi falda, sentí que su estómago sonaba como concierto de percusión.

Súbitamente, se levanto de un salto y comenzo a rondarme, como queriendo decirme algo. En cuanto me paré del asiento salió corriendo a la puerta del jardín y apenas estuvo en el, vomitó repetidas veces.

Ahora continúa durmiendo a mi lado, sobre mi cama, mientras le hago cariños. Tendré que estar atento a como reacciona el resto de la tarde en caso de tener que llevarlo al veterinario.

No, no me he intoxicado tomándome una botella de shampoo aromático.